Los Rodríguez Orejuela intentaban, desde su reclusión, digitar a la Justicia colombiana para que evitara el peor de los temores de los narcos durante los años 80: la extradición. Por años, compartieron ese miedo con su enemigo íntimo Escobar, aunque no formaron parte del grupo “Los Extraditables”. En aquella época había nacido la escalofriante frase que sería el preámbulo de la violencia: “Preferimos una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos”. Los hermanos del Cártel de Cali no tendrían la alternativa de la tumba.
Por buena conducta, ambos estaban a punto de ser liberados. Y eso ocurrió con Gilberto, quien respiró aire fresco en noviembre de 2002, tras siete años y medio de prisión. Sin embargo, una causa en la Justicia norteamericana reabrió el pedido de extradición. En marzo de 2003, en un megaoperativo en Cali, volvieron a detenerlo. Esta vez, su destino final sería una cárcel en Estados Unidos por pedido del distrito sur de Miami. En diciembre de 2004, fue extraditado el fundador del Cártel de Cali. El 11 de marzo de 2005, sería Miguel Rodríguez Orejuela quien subiría a un avión de la DEA. William, aún prófugo, se entregaría el 16 de enero de 2006 en Panamá. Tras acordar el reconocimiento de los delitos que se le imputaban por ser el tercero en la línea de mando de la organización, purgó cinco años en suelo norteamericano.
Su tío y padre, en cambio, fueron sentenciados a treinta años de cárcel. La tumba que imaginaron en Cali será cavada primero en Estados Unidos. Al menos para Gilberto, muerto hoy a los 83 años en Carolina del Norte.